Lisboa fue un suspiro, incluso más rápido, más poético y más profundo que un suspiro.
Lisboa fue un paréntesis en el tiempo, un fado encontrado y eterno en el aire. Fue muy lindo y paso muy rápido. Estuvimos todos los días conociendo lugares preciosos, como el Castillo de San Jorge, la Torre de Belén, la Iglesia de los Jerónimos y luego... Sintra. Sintra es un lugar a 40 minutos en tren de Lisboa. Alucinamos con Sintra. Fuimos a dos lugares que quedaban en el cerro más alto del lugar, al castillo de los moros y al Palacio de pena. El castillo de los moros es un muro inmenso con mucha historia, muchos cuentos, mucha energía vibrante del pasado. El palacio de pena fue un palacio de reyes, pero es como estar dentro de un cuento de hadas, una historia para dormir.
Cucurrucucú paloma
miércoles, 20 de febrero de 2019
lunes, 11 de febrero de 2019
Madrid
El primer vuelvo fue hacia París, luego había que cambiarse de aeropuerto y tomar otro avión que nos dejaría en Madrid. El vuelo de Santiago a París fue muy turbulento, lloré al comienzo, me arropó la nostalgia de mi país y caí en un miedo profundo a morir en el avión.
Se me pasó en unos minutos cuando vi la cordillera, luego vi Brasil y su río amazónico, las mil nubes con truenos de distinto color cada una. Eso me llenaba de una pequeña adrenalina que disfrutaba. Al pasar la noche, después de comer, me quedé dormida hasta llegar a París. Salir del aeropuerto fue muy fácil y rápido, tomamos en seguida un bus que nos dejaba en el siguiente aeropuerto. Llegar a Madrid pasó tan rápido como un suspiro. Del aeropuerto entramos directo al metro. Ambas estábamos irremediablemente calladas, entre mucho que digerir, creo que no sabíamos qué decir. Era un metro distinto, mucho mejor y mucho más suave que el de Santiago, estaban todos hablando en español, de sus vidas, de sus trabajos, casi la mitad del metro leía un libro en vez de estar en el celular. Al llegar a la estación, no teníamos idea donde ir, entonces le preguntamos al guardia del metro y nos dio unas indicaciones rápidas pero muy cariñosas. Caminamos varias cuadras y todo en subida. Al llegar, nos duchamos con urgencia y fuimos a comer algo por ahí cerca. Caminando unos pocos pasos encontramos una vinoteca que se llamaba Herradura, era un lugar muy pequeño que atendía un señor muy amable y divertido. Tenía mucha hambre entonces pedí una tortilla de papas, pensando que vendría solo una tortilla de papas, pero vino un enorme sandwich con tortilla adentro. Pensé que sería demasiado comérmelo, pero al probarlo fue tan rico que hasta pedí ketchup y me devoré la mitad y así guardé la otra mitad para el desayuno.
El día siguiente, fue de locos, caminamos mucho y me llené de poesía y luces cálidas. Fuimos primero a la plaza mayor, que es un solo espacio enorme, donde caminaba un hombre sin cabeza, donde bailaba una cabeza de cabra con un traje brillante de muchos colores. Andaban por ahí hombres haciendo volar pequeñas luces y músicos, mujeres y hombres tocando acordeón, flauta, guitarra, violín, cantando despacio y fuerte.
Después de la catedral, fuimos a las criptas de la catedral, donde entierran a los curas y monjas importantes, ese lugar era muy lindo, pero fue un poco raro, me dio miedo estar tan cerca de una tumba de ya casi quinientos años. Al salir de ahí, fuimos a almorzar a un local que estaba casi en cada esquina que se llamaba "Rodilla," ahí vendían unos sandwiches exquisitos con cualquier cosa que te pudieras imaginar, pedimos un menú para 2, que venían tres sandwiches fríos para cada una. Después de ese reponedor almuerzo fuimos al Palacio Real, que fue impresionante. Impresionante es la única palabra que se me ocurre decir. Gigante y hermoso, cada detalle podría ser la vida entera de una persona. Cuando salimos de ahí fuimos a una exposición temporal del Palacio, que se llamaba Cartas al Rey. Aprendí muchísimo sobre la historia de la primera guerra mundial y la historia Española. Estuvimos en total como 3 horas ahí, quizás un poco más.
Al pasar la tarde, nos juntamos con el amigo de la Emi, Marcos, fuimos a tomar un té y yo pedí un postre de pura ansiedad. Hablando con él sobre danzas, vida y calle, se nos pasó rápido la hora para llegar a la Taberna el Cortijo, donde bailaba una buena amiga de la Emi, Carolina. Verla bailar fue de las cosas que no olvidaré, me dejó boquiabierta su energía explosiva, como un volcán muy rojo, muy ruidoso y a la vez muy elegante. No sé, me dieron ganas de aprender a bailar Flamenco, espero con todo mi corazón no botar esas ganas.
Al finalizar nuestro recorrido por el Reina Sofía, nos juntamos de nuevo con Marcos, le contamos que fuimos a la Feria en la mañana, compramos cinco a libros que en total fueron cinco euros, un cubre camas y un par de topísimos anteojos. Él nos habló mucho sobre su vida como coreógrafo, lo que me motivó mucho más a sacar esa mención. Después de la larga y cariñosa conversación nos fuimos a los 100 montaditos con la Emi, a comer unos pancitos antes de irnos a Lisboa. Me dio un poco de pena irme tan pronto de Madrid, que fue tan maravilloso con nosotras. Su luz incluso en los momentos nublados nunca dejó de brillar. Sin embargo, nos estábamos yendo para tomar un bus a Lisboa, lo que me hacía no soltar una sonrisa imaginaria que me abrazaba desde el aire, es que estaba muy feliz de conocer esta ciudad, donde escribo ahora, donde con calma y respirando despacio pienso que cuando me vaya, será mi deber volver pronto, por amor a mi misma, por amor al cielo y al suelo que me ancla y me hace volar. Como el pajarito que vive dentro de cada uno, es decir cada uno es su propia jaula o su propio cielo.
Se me pasó en unos minutos cuando vi la cordillera, luego vi Brasil y su río amazónico, las mil nubes con truenos de distinto color cada una. Eso me llenaba de una pequeña adrenalina que disfrutaba. Al pasar la noche, después de comer, me quedé dormida hasta llegar a París. Salir del aeropuerto fue muy fácil y rápido, tomamos en seguida un bus que nos dejaba en el siguiente aeropuerto. Llegar a Madrid pasó tan rápido como un suspiro. Del aeropuerto entramos directo al metro. Ambas estábamos irremediablemente calladas, entre mucho que digerir, creo que no sabíamos qué decir. Era un metro distinto, mucho mejor y mucho más suave que el de Santiago, estaban todos hablando en español, de sus vidas, de sus trabajos, casi la mitad del metro leía un libro en vez de estar en el celular. Al llegar a la estación, no teníamos idea donde ir, entonces le preguntamos al guardia del metro y nos dio unas indicaciones rápidas pero muy cariñosas. Caminamos varias cuadras y todo en subida. Al llegar, nos duchamos con urgencia y fuimos a comer algo por ahí cerca. Caminando unos pocos pasos encontramos una vinoteca que se llamaba Herradura, era un lugar muy pequeño que atendía un señor muy amable y divertido. Tenía mucha hambre entonces pedí una tortilla de papas, pensando que vendría solo una tortilla de papas, pero vino un enorme sandwich con tortilla adentro. Pensé que sería demasiado comérmelo, pero al probarlo fue tan rico que hasta pedí ketchup y me devoré la mitad y así guardé la otra mitad para el desayuno.
El día siguiente, fue de locos, caminamos mucho y me llené de poesía y luces cálidas. Fuimos primero a la plaza mayor, que es un solo espacio enorme, donde caminaba un hombre sin cabeza, donde bailaba una cabeza de cabra con un traje brillante de muchos colores. Andaban por ahí hombres haciendo volar pequeñas luces y músicos, mujeres y hombres tocando acordeón, flauta, guitarra, violín, cantando despacio y fuerte.
Caminando por ahí encontramos el mercado de San Miguel, donde conocimos muchas formas de comer pancitos. Luego fuimos caminando a la Catedral Almudena, es una Catedral enorme y hermosa, con vitrales de todos los colores y años pasados, con un órgano inmenso y un techo que te hace recordar lo vitalmente importante que es mirar hacia arriba. Me senté un momento, intenté rezar y entendí muchas cosas que no tienen palabras, sino solo son luces de colores, más bien verdes y naranjas que entran a mi para enseñarme algo que todavía no sé. Yo no soy religiosa y me cuesta mucho creer en un Dios o en Jesús y más aún en la Virgen, pero a veces rezo lo que mi mamá me enseñó de pequeña y a pesar de todo, creo fielmente que dentro de mi hay algo que cuando me concentro en "rezar" me calma y me enseña a seguir. No sé que será, no creo que sea ninguna fuerza mayor, puede que solo sea una meditación o un cariño, un abrazo a nuestros pensamientos que a veces son tan frágiles.
Después de la catedral, fuimos a las criptas de la catedral, donde entierran a los curas y monjas importantes, ese lugar era muy lindo, pero fue un poco raro, me dio miedo estar tan cerca de una tumba de ya casi quinientos años. Al salir de ahí, fuimos a almorzar a un local que estaba casi en cada esquina que se llamaba "Rodilla," ahí vendían unos sandwiches exquisitos con cualquier cosa que te pudieras imaginar, pedimos un menú para 2, que venían tres sandwiches fríos para cada una. Después de ese reponedor almuerzo fuimos al Palacio Real, que fue impresionante. Impresionante es la única palabra que se me ocurre decir. Gigante y hermoso, cada detalle podría ser la vida entera de una persona. Cuando salimos de ahí fuimos a una exposición temporal del Palacio, que se llamaba Cartas al Rey. Aprendí muchísimo sobre la historia de la primera guerra mundial y la historia Española. Estuvimos en total como 3 horas ahí, quizás un poco más.
Al pasar la tarde, nos juntamos con el amigo de la Emi, Marcos, fuimos a tomar un té y yo pedí un postre de pura ansiedad. Hablando con él sobre danzas, vida y calle, se nos pasó rápido la hora para llegar a la Taberna el Cortijo, donde bailaba una buena amiga de la Emi, Carolina. Verla bailar fue de las cosas que no olvidaré, me dejó boquiabierta su energía explosiva, como un volcán muy rojo, muy ruidoso y a la vez muy elegante. No sé, me dieron ganas de aprender a bailar Flamenco, espero con todo mi corazón no botar esas ganas.
El día siguiente nos levantamos muy adoloridas, con ganas de seguir durmiendo, pero no podíamos y no queríamos perder ni un solo segundo. Fuimos a ver la puerta de Alcalá, luego al parque del retiro y porfín llegamos al museo el Prado. Estuvimos mucho tiempo dentro, recorriendo cada detalle. Sin embargo después de dos horas nos comenzamos a fatigar de tanta información y emociones y... hambre. Así que buscamos la pintura El Jardín de las Delicias, de Bosch, que fue la pintura que inspiró en gran parte a Patricio Bunster a crear su obra Tui Sum. Estuvimos mirándola como si el tiempo no existiera, me emocioné mucho, tanto que me dieron ganas de ir al baño.
Ese mismo sentimiento ocurrió cuando vi finalmente el Guernica, en el museo de la Reina Sofía. Esa sensación que a veces da antes de salir al escenario, un dolor de guata que después pasa. Se me aceleró el corazón como loca y tuve que suspirar unas cuantas veces. Ese cuadro significa demasiado y su enormidad me hizo sentir vulnerable, como si tuviera que salir corriendo o quedarme ahí, gritando en silencio. El Museo de la Reina Sofía, debo admitir que me conmovió más que el Prado, me hizo dar vuelta toda mi cabeza y comenzar a trabajar lados de mi cerebro que guardaban polvo de tanto tiempo que no los usaba. Salimos agotadas del Reina Sofía, pensando que el solo museo era una manifestación artística. Por ejemplo en el Prado estaba estrictamente prohibido sacar fotos, en el Reina Sofía no. En el prado había una gran línea separándote del cuadro, en el Reina Sofía no. La Emi me habló de eso, me comentó, "si alguien quisiera entregar su vida al arte y pagar con carne por el resto de su vida, en este museo podría agarrar un cuadro y romperlo, se puede, no hay ninguna barrera, no está la línea separándote de lo que podrías tocar, pero no lo vas a hacer, nadie lo hará porque no es lo correcto, pero podría pasar." Osea, que el museo entero es una manifestación, te provoca, te impulsa y te conmueve. El Prado más que conmovedor, es impresionante, hay cosas de siglos antes de Cristo y eso te para los pelos.
Al finalizar nuestro recorrido por el Reina Sofía, nos juntamos de nuevo con Marcos, le contamos que fuimos a la Feria en la mañana, compramos cinco a libros que en total fueron cinco euros, un cubre camas y un par de topísimos anteojos. Él nos habló mucho sobre su vida como coreógrafo, lo que me motivó mucho más a sacar esa mención. Después de la larga y cariñosa conversación nos fuimos a los 100 montaditos con la Emi, a comer unos pancitos antes de irnos a Lisboa. Me dio un poco de pena irme tan pronto de Madrid, que fue tan maravilloso con nosotras. Su luz incluso en los momentos nublados nunca dejó de brillar. Sin embargo, nos estábamos yendo para tomar un bus a Lisboa, lo que me hacía no soltar una sonrisa imaginaria que me abrazaba desde el aire, es que estaba muy feliz de conocer esta ciudad, donde escribo ahora, donde con calma y respirando despacio pienso que cuando me vaya, será mi deber volver pronto, por amor a mi misma, por amor al cielo y al suelo que me ancla y me hace volar. Como el pajarito que vive dentro de cada uno, es decir cada uno es su propia jaula o su propio cielo. viernes, 30 de marzo de 2018
La Junta, Cochamó
Aquí si lloré, fue la inmensidad. Hace años no sentía esa paz que te deja respirar sin fondo.
Empezaba con un trekking de 13 kilómetros, lleno de barro y raíces de árboles. No era tan difícil, pero fue muy largo y habían algunas partes terroríficas como cruzar ríos en troncos y puentes colgantes. Nos demoramos cuatro horas en llegar al camping Los Manzanos. Estuvimos cuatro horas cubiertas de bosque y cuando finalmente llegamos, se abrieron los árboles y todo lo que veíamos era impresionante. Las montañas eran como de colores plateados brillantes, arrugadas y enormes. A veces corría por alguna de sus grietas alguna cascada. El agua en todas las partes del sur era irreverente, el agua es irreverente en el sur. Me preguntaba cómo sería la tierra si no hubiéramos intervenido en nada.El camping era hermoso, gigante y con pasto cortadito por los caballos. En una mini casita vendían pan amasado, fue el mejor pan amasado que he comido en mi vida. Ahí encontramos nuestro lugar para armar la carpa y nos hicimos una sopita. Comiendo me di cuenta que estaba muy cansada, pero nos faltaba la mejor parte que descubrir, así que comimos un poco rápido para partir a La Junta.
Fue un trekking de una hora y media desde donde estábamos. Cuando llegamos no pude hablar, estaba muy impactada, me volví muy sensible a la belleza. Era un río con cascadas como toboganes naturales. Los colores... el agua... las formas... el cielo.... Fueron como tres minutos de silencio y luego PAF la Emi se puso bikini y empezó a caminar hacia la roca para tirarnos de los toboganes. Yo la verdad es que estaba muerta de miedo y cada vez que me tiraba, la cámara se apagaba porque le quedaba poca batería. Me tiré unas tres veces, la Emi se tiró ochenta mil.
En la tarde, volvimos al camping y nos relajamos ahí. Recorrimos el río, nuestro vecino de carpas. Era largo con piedras naranjas y la montaña plateada encima. Después de recorrerlo, nos sentamos y le tiramos rocas hasta que se oscureció. Ese momento también es de los que aprieta el alma, momentos perfectos.
Futaleufú
Por los veintes de Febrero
Nos quedamos en Futaleufú tres días. No sé como explicar el deseo y el terror que me provocan los ríos. Admiración, poder y ganas de salir corriendo, de gritar hasta rajarme el pecho. El primer día recorriendo, quisimos llegar a una playa del río espolón, nos metimos sin querer a un recinto privado de un hotel, pero la dueña nos dijo que nos podíamos bañar, porque no habían llegado huéspedes aún. Estábamos solas en una playa hermosa. El agua transparente. Los ríos me provocan vida. Me saqué la parte de arriba del bikini, la Emi se sacó la parte de arriba y de abajo. La libertad y todo lo que eso significa. Fue de los momentos que me provocarán felicidad cuando sea viejita, que probablemente me harán llorar de emoción. Nunca me había sentido tan entera. No importaba nada, solo estar ahí, sentir el agua, reírnos, jugar. Estar con la persona que más amas en los lugares más lindos de este mundo, cobra significado todo y nada y vivirlo es lo único que importa.
El día siguiente nos metimos por unos arbustos, donde nos guío un perrito de patas cortas. Entramos por ahí, colgándonos de los árboles y llegamos al lugar, definitivamente, más maravilloso. Era la playa de Lolos del río espolón. Nos quedamos mudas cuando lo vimos y le pregunté a la Emi si es que era lo más lindo que ha visto en su vida. Nos sentamos ahí contemplando los colores y el río y todo los alrededores perfectos. Estábamos cubiertas por sauces, la orilla del río era transparente y al fondo era de un celeste que existe solo ahí, que el río se inventó esa tonalidad y se la dejó. Contemplando todo eso, llegaron unos chicos en kayak que justo pararon en una roca gigante que había al frente de nosotras. Era una roca para tirarse piqueros. Le preguntamos al instructor si es que era seguro cruzar nadando y nos dijo que si, que partiéramos un poco más a la derecha y la corriente nos llevaría. Entonces la Emi fue primero, a mi me daba un poco de susto cruzar. Cruzó y estuvo mucho tiempo decidiendo si es que se tiraba o no. Cuando decidí cruzar, subí la roca, era alto, era súper alto, pero sin pensarlo me tire y me gustó tanto que lo volví a hacer. La Emi saltó finalmente y un chico que estaba ahí la garbó con su cámara go pro. Eran todos muy chistosos y amables. Fue de los mejores días de mi vida, también.
Nos quedamos en Futaleufú tres días. No sé como explicar el deseo y el terror que me provocan los ríos. Admiración, poder y ganas de salir corriendo, de gritar hasta rajarme el pecho. El primer día recorriendo, quisimos llegar a una playa del río espolón, nos metimos sin querer a un recinto privado de un hotel, pero la dueña nos dijo que nos podíamos bañar, porque no habían llegado huéspedes aún. Estábamos solas en una playa hermosa. El agua transparente. Los ríos me provocan vida. Me saqué la parte de arriba del bikini, la Emi se sacó la parte de arriba y de abajo. La libertad y todo lo que eso significa. Fue de los momentos que me provocarán felicidad cuando sea viejita, que probablemente me harán llorar de emoción. Nunca me había sentido tan entera. No importaba nada, solo estar ahí, sentir el agua, reírnos, jugar. Estar con la persona que más amas en los lugares más lindos de este mundo, cobra significado todo y nada y vivirlo es lo único que importa.
El día siguiente nos metimos por unos arbustos, donde nos guío un perrito de patas cortas. Entramos por ahí, colgándonos de los árboles y llegamos al lugar, definitivamente, más maravilloso. Era la playa de Lolos del río espolón. Nos quedamos mudas cuando lo vimos y le pregunté a la Emi si es que era lo más lindo que ha visto en su vida. Nos sentamos ahí contemplando los colores y el río y todo los alrededores perfectos. Estábamos cubiertas por sauces, la orilla del río era transparente y al fondo era de un celeste que existe solo ahí, que el río se inventó esa tonalidad y se la dejó. Contemplando todo eso, llegaron unos chicos en kayak que justo pararon en una roca gigante que había al frente de nosotras. Era una roca para tirarse piqueros. Le preguntamos al instructor si es que era seguro cruzar nadando y nos dijo que si, que partiéramos un poco más a la derecha y la corriente nos llevaría. Entonces la Emi fue primero, a mi me daba un poco de susto cruzar. Cruzó y estuvo mucho tiempo decidiendo si es que se tiraba o no. Cuando decidí cruzar, subí la roca, era alto, era súper alto, pero sin pensarlo me tire y me gustó tanto que lo volví a hacer. La Emi saltó finalmente y un chico que estaba ahí la garbó con su cámara go pro. Eran todos muy chistosos y amables. Fue de los mejores días de mi vida, también.
De Coyhaique a Queulat a Puyuhuapi a La Junta
Febrero 17
El camino al ventisquero colgante duró 4 horas, tenía sueño, pero no podía dejar de ver el paisaje. Cada cinco minutos aparecía un nuevo río celeste, azul o verde, también aparecían montañas, ventisqueros encima tuyo, plantas gigantes. Llegamos a Queulat a las 6 de la tarde, no quedaba espacio en los campings de la conaf entonces tuvimos que acampar en el camping no tan bueno de la entrada del parque nacional. Había mucho barro y estaba un poco cochino, había gente muy ruidosa también, pero con la Emi buscamos un lugar alejado, casi al lado de la carretera. Ahí la Emi logró hacer una fogata y se unieron dos parejas, unos chicos más jóvenes que nosotras que se hacían pasar por "amigos" y otra pareja de ciclista de unos treinta y algo años. Hablamos harto rato con ellos mientras corría el mate. En la noche comenzó a llover muy fuerte, derrepente era demasiado fuerte, luego no tanto, pero nunca paró de llover.
Cuando amaneció, aun seguía lloviendo y dudamos si seguíamos o no. Con la lluvia no se vería el ventisquero y ese era el objetivo. Decidimos entonces irnos a Puyuhuapi, que escuchamos que era tan lindo. Empacamos todo y nos fuimos a la carretera. Esperamos mucho rato con otros chicos que también se querían ir por los alrededores. Derrepente llegó un camión que cargaba mochileros. Llevaba unos diez cuando nos subimos nosotras. Subirse fue un ataque de adrenalina, la parte de atrás del camión no se abría por ningún lado, era como un cajón gigante nomás. Teníamos que escalar una rueda, luego una especie de grúa y después tirarse un piquero a la "cabina," que llevaba un generador
enorme y el suelo estaba cubierto entre basura, barro y aceite. Tuvimos que llevar las mochilas cargadas en la espalda todo el viaje, solo sabíamos que llegábamos a Puyuhuapi, nadie sabía como. Después de unos 15 minutos, el camión se empezó a acomodar para entrar a un ferri. Con la Emi nos empezó a dar una risa nerviosa, es que estábamos arriba de un camión y de un ferri. Ahí nos empezó a llegar la señal y todos los timbres del celular. Llamé a mi mamá con un poco de miedo a que se pusiera nerviosa, pero se mató de la risa y me pidió que le mandara "fotos please."
Cuando llegamos a Puyuhuapi nos demoramos como una hora en decidir donde quedarnos, porque todo era tan caro, pero a la vez todas nuestras cosas estaban mojadas y preferimos quedarnos en un hostal, el hostal de Doña Juanita. Era muy cómodo y tenía gatitos guaguas muy tiernos. Había un constante olor a pan amasado y la ducha era calentita y limpia. En un momento de la ducha puse el agua helada y se me vino a mi cabeza mi primera infancia en el jardín de mis tatas, en Paillaco. Cuando la Paula me manguereaba con agua congelada en el verano, yo me ponía lentes de agua que me cubrían la nariz también, traje de baño verde y crocs rosadas. Era muy ridículo. Me quedé unos segundo bajo el agua fría, con los ojos cerrados, recordando esa felicidad.
Recorrimos el pueblo en menos de una hora. Hay flores que no existen en Santiago, colores de cielo que solo se ven aquí y reflejos de verde que solo parecen existir en esas aguas.
El día siguente, osea hoy, nos decidimos ir a Futaleufú. Nos despertamos temprano porque se suponía que el bus pasaba a las 12 del día, pero pasó a las 7 de la mañana. Estuvimos haciendo dedo un buen rato hasta que nos agarró un hombre jóven en una camioneta, que también cargaba otra pareja de mochileros. Era muy amable, pero pasó que quiso pasar a la feria del mate, que quedaba entre Puyuhuapi y La Junta. Fue todo muy simpatico, hasta no reencontramos con el generador que estaba en el camión que nos llevó de Queulat a Puyuhuapi. Todo muuuy simpatico hasta que vimos que el hombre se sacó su chaqueta y empezó a cocinar para toda la gente de la feria, estuvimos esperándolo cuatro horas. Los cuatro pensábamos qué hacer, estamos en el sur real, el tiempo no existe. Yo me enojé con el señor, pero calladita, no dije nada, nos estaba llevando así que nada que hacer. Alfinal cuando el hombre decidió irse, caminamos todo a paso rápido a su auto, preocupados por la hora y el atardecer, creo que no era la única que estaba sólidamente angustiada. Nos sentamos porfín en el auto, empapados y el se fue a despedir de todo el mundo. Sentado en el auto, todos callados y con una leve preocupación de cuánto se iba a demorar en despedirse, la Emi dice "hueón raro..." y estallamos de la risa. El señor nos dejó en La Junta y se fue. Un tramo que duraba una hora nos demoró seis. Ahí hicimos dedo unas dos horas, para llegar a Futaleufú, estuvimos hasta que el congelamiento nos permitió ceder y irnos a buscar un camping en La Junta. Es muy lindo ese pueblito, es ancho, con las montañas encima. Transmite una soledad pacífica y a la vez angustiante. Nos instalamos en el Jardín de Don Cito Gallardo. Es un viejito muy amable que nos calentó los sacos en su cocina a leña y le regaló un gato a la Emi, solo que la Emi es alérgica. Hay varios más acampando en su jardín. Mañana partimos a Futaleufú a las 6 de la tarde, el día será para descansar las espaldas.
El camino al ventisquero colgante duró 4 horas, tenía sueño, pero no podía dejar de ver el paisaje. Cada cinco minutos aparecía un nuevo río celeste, azul o verde, también aparecían montañas, ventisqueros encima tuyo, plantas gigantes. Llegamos a Queulat a las 6 de la tarde, no quedaba espacio en los campings de la conaf entonces tuvimos que acampar en el camping no tan bueno de la entrada del parque nacional. Había mucho barro y estaba un poco cochino, había gente muy ruidosa también, pero con la Emi buscamos un lugar alejado, casi al lado de la carretera. Ahí la Emi logró hacer una fogata y se unieron dos parejas, unos chicos más jóvenes que nosotras que se hacían pasar por "amigos" y otra pareja de ciclista de unos treinta y algo años. Hablamos harto rato con ellos mientras corría el mate. En la noche comenzó a llover muy fuerte, derrepente era demasiado fuerte, luego no tanto, pero nunca paró de llover.
Cuando amaneció, aun seguía lloviendo y dudamos si seguíamos o no. Con la lluvia no se vería el ventisquero y ese era el objetivo. Decidimos entonces irnos a Puyuhuapi, que escuchamos que era tan lindo. Empacamos todo y nos fuimos a la carretera. Esperamos mucho rato con otros chicos que también se querían ir por los alrededores. Derrepente llegó un camión que cargaba mochileros. Llevaba unos diez cuando nos subimos nosotras. Subirse fue un ataque de adrenalina, la parte de atrás del camión no se abría por ningún lado, era como un cajón gigante nomás. Teníamos que escalar una rueda, luego una especie de grúa y después tirarse un piquero a la "cabina," que llevaba un generador
enorme y el suelo estaba cubierto entre basura, barro y aceite. Tuvimos que llevar las mochilas cargadas en la espalda todo el viaje, solo sabíamos que llegábamos a Puyuhuapi, nadie sabía como. Después de unos 15 minutos, el camión se empezó a acomodar para entrar a un ferri. Con la Emi nos empezó a dar una risa nerviosa, es que estábamos arriba de un camión y de un ferri. Ahí nos empezó a llegar la señal y todos los timbres del celular. Llamé a mi mamá con un poco de miedo a que se pusiera nerviosa, pero se mató de la risa y me pidió que le mandara "fotos please."
Cuando llegamos a Puyuhuapi nos demoramos como una hora en decidir donde quedarnos, porque todo era tan caro, pero a la vez todas nuestras cosas estaban mojadas y preferimos quedarnos en un hostal, el hostal de Doña Juanita. Era muy cómodo y tenía gatitos guaguas muy tiernos. Había un constante olor a pan amasado y la ducha era calentita y limpia. En un momento de la ducha puse el agua helada y se me vino a mi cabeza mi primera infancia en el jardín de mis tatas, en Paillaco. Cuando la Paula me manguereaba con agua congelada en el verano, yo me ponía lentes de agua que me cubrían la nariz también, traje de baño verde y crocs rosadas. Era muy ridículo. Me quedé unos segundo bajo el agua fría, con los ojos cerrados, recordando esa felicidad.
Recorrimos el pueblo en menos de una hora. Hay flores que no existen en Santiago, colores de cielo que solo se ven aquí y reflejos de verde que solo parecen existir en esas aguas.
El día siguente, osea hoy, nos decidimos ir a Futaleufú. Nos despertamos temprano porque se suponía que el bus pasaba a las 12 del día, pero pasó a las 7 de la mañana. Estuvimos haciendo dedo un buen rato hasta que nos agarró un hombre jóven en una camioneta, que también cargaba otra pareja de mochileros. Era muy amable, pero pasó que quiso pasar a la feria del mate, que quedaba entre Puyuhuapi y La Junta. Fue todo muy simpatico, hasta no reencontramos con el generador que estaba en el camión que nos llevó de Queulat a Puyuhuapi. Todo muuuy simpatico hasta que vimos que el hombre se sacó su chaqueta y empezó a cocinar para toda la gente de la feria, estuvimos esperándolo cuatro horas. Los cuatro pensábamos qué hacer, estamos en el sur real, el tiempo no existe. Yo me enojé con el señor, pero calladita, no dije nada, nos estaba llevando así que nada que hacer. Alfinal cuando el hombre decidió irse, caminamos todo a paso rápido a su auto, preocupados por la hora y el atardecer, creo que no era la única que estaba sólidamente angustiada. Nos sentamos porfín en el auto, empapados y el se fue a despedir de todo el mundo. Sentado en el auto, todos callados y con una leve preocupación de cuánto se iba a demorar en despedirse, la Emi dice "hueón raro..." y estallamos de la risa. El señor nos dejó en La Junta y se fue. Un tramo que duraba una hora nos demoró seis. Ahí hicimos dedo unas dos horas, para llegar a Futaleufú, estuvimos hasta que el congelamiento nos permitió ceder y irnos a buscar un camping en La Junta. Es muy lindo ese pueblito, es ancho, con las montañas encima. Transmite una soledad pacífica y a la vez angustiante. Nos instalamos en el Jardín de Don Cito Gallardo. Es un viejito muy amable que nos calentó los sacos en su cocina a leña y le regaló un gato a la Emi, solo que la Emi es alérgica. Hay varios más acampando en su jardín. Mañana partimos a Futaleufú a las 6 de la tarde, el día será para descansar las espaldas.
miércoles, 14 de febrero de 2018
2 de la mañana
Emi,
En la noche cuando no puedas detener a tu corazón,
que gotea como un grifo de agua,
acuérdate que eres como un barrio de árboles dorados.
Como un atardecer anaranjado.
Y que tus ojos, que tus ojos son como la taza té que me tomaría un día oscuro.
Kilómetros
Veo luces que no existen desde que tengo memoria. No estoy loca, solo es.
Mañana partimos a Queulat y luego hacia el norte, nuestro último lugar va a ser Cochamó, luego partimos a Santiago. Extraño Santiago de cierta forma, ser parte de la locura fugaz. Me gusta, pero me aterroriza volver. Mi cabeza pertenece allá, mi corazón y todo el resto de mi cuerpo aquí, con el viento que nos canta canciones de alamos.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
Lisboa
Lisboa fue un suspiro, incluso más rápido, más poético y más profundo que un suspiro. Lisboa fue un paréntesis en el tiempo, un fado encont...
-
Por los veintes de Febrero Nos quedamos en Futaleufú tres días. No sé como explicar el deseo y el terror que me provocan los ríos. Admirac...
-
Mañana nos vamos al parque nacional Queulat. Es nuestro último día en cama. Coyhaique nos abrazó. Ha sido lindo, hemos recorrido kilómetros ...
-
Jueves 8 de Febrero: Nos subimos al Barco Queulat. Es una barcaza que va desde Quellón, la puntita de Chiloé, hasta Puerto Chacabuco, entrem...




