El camino al ventisquero colgante duró 4 horas, tenía sueño, pero no podía dejar de ver el paisaje. Cada cinco minutos aparecía un nuevo río celeste, azul o verde, también aparecían montañas, ventisqueros encima tuyo, plantas gigantes. Llegamos a Queulat a las 6 de la tarde, no quedaba espacio en los campings de la conaf entonces tuvimos que acampar en el camping no tan bueno de la entrada del parque nacional. Había mucho barro y estaba un poco cochino, había gente muy ruidosa también, pero con la Emi buscamos un lugar alejado, casi al lado de la carretera. Ahí la Emi logró hacer una fogata y se unieron dos parejas, unos chicos más jóvenes que nosotras que se hacían pasar por "amigos" y otra pareja de ciclista de unos treinta y algo años. Hablamos harto rato con ellos mientras corría el mate. En la noche comenzó a llover muy fuerte, derrepente era demasiado fuerte, luego no tanto, pero nunca paró de llover.
Cuando amaneció, aun seguía lloviendo y dudamos si seguíamos o no. Con la lluvia no se vería el ventisquero y ese era el objetivo. Decidimos entonces irnos a Puyuhuapi, que escuchamos que era tan lindo. Empacamos todo y nos fuimos a la carretera. Esperamos mucho rato con otros chicos que también se querían ir por los alrededores. Derrepente llegó un camión que cargaba mochileros. Llevaba unos diez cuando nos subimos nosotras. Subirse fue un ataque de adrenalina, la parte de atrás del camión no se abría por ningún lado, era como un cajón gigante nomás. Teníamos que escalar una rueda, luego una especie de grúa y después tirarse un piquero a la "cabina," que llevaba un generador
enorme y el suelo estaba cubierto entre basura, barro y aceite. Tuvimos que llevar las mochilas cargadas en la espalda todo el viaje, solo sabíamos que llegábamos a Puyuhuapi, nadie sabía como. Después de unos 15 minutos, el camión se empezó a acomodar para entrar a un ferri. Con la Emi nos empezó a dar una risa nerviosa, es que estábamos arriba de un camión y de un ferri. Ahí nos empezó a llegar la señal y todos los timbres del celular. Llamé a mi mamá con un poco de miedo a que se pusiera nerviosa, pero se mató de la risa y me pidió que le mandara "fotos please."
Cuando llegamos a Puyuhuapi nos demoramos como una hora en decidir donde quedarnos, porque todo era tan caro, pero a la vez todas nuestras cosas estaban mojadas y preferimos quedarnos en un hostal, el hostal de Doña Juanita. Era muy cómodo y tenía gatitos guaguas muy tiernos. Había un constante olor a pan amasado y la ducha era calentita y limpia. En un momento de la ducha puse el agua helada y se me vino a mi cabeza mi primera infancia en el jardín de mis tatas, en Paillaco. Cuando la Paula me manguereaba con agua congelada en el verano, yo me ponía lentes de agua que me cubrían la nariz también, traje de baño verde y crocs rosadas. Era muy ridículo. Me quedé unos segundo bajo el agua fría, con los ojos cerrados, recordando esa felicidad.
Recorrimos el pueblo en menos de una hora. Hay flores que no existen en Santiago, colores de cielo que solo se ven aquí y reflejos de verde que solo parecen existir en esas aguas.
El día siguente, osea hoy, nos decidimos ir a Futaleufú. Nos despertamos temprano porque se suponía que el bus pasaba a las 12 del día, pero pasó a las 7 de la mañana. Estuvimos haciendo dedo un buen rato hasta que nos agarró un hombre jóven en una camioneta, que también cargaba otra pareja de mochileros. Era muy amable, pero pasó que quiso pasar a la feria del mate, que quedaba entre Puyuhuapi y La Junta. Fue todo muy simpatico, hasta no reencontramos con el generador que estaba en el camión que nos llevó de Queulat a Puyuhuapi. Todo muuuy simpatico hasta que vimos que el hombre se sacó su chaqueta y empezó a cocinar para toda la gente de la feria, estuvimos esperándolo cuatro horas. Los cuatro pensábamos qué hacer, estamos en el sur real, el tiempo no existe. Yo me enojé con el señor, pero calladita, no dije nada, nos estaba llevando así que nada que hacer. Alfinal cuando el hombre decidió irse, caminamos todo a paso rápido a su auto, preocupados por la hora y el atardecer, creo que no era la única que estaba sólidamente angustiada. Nos sentamos porfín en el auto, empapados y el se fue a despedir de todo el mundo. Sentado en el auto, todos callados y con una leve preocupación de cuánto se iba a demorar en despedirse, la Emi dice "hueón raro..." y estallamos de la risa. El señor nos dejó en La Junta y se fue. Un tramo que duraba una hora nos demoró seis. Ahí hicimos dedo unas dos horas, para llegar a Futaleufú, estuvimos hasta que el congelamiento nos permitió ceder y irnos a buscar un camping en La Junta. Es muy lindo ese pueblito, es ancho, con las montañas encima. Transmite una soledad pacífica y a la vez angustiante. Nos instalamos en el Jardín de Don Cito Gallardo. Es un viejito muy amable que nos calentó los sacos en su cocina a leña y le regaló un gato a la Emi, solo que la Emi es alérgica. Hay varios más acampando en su jardín. Mañana partimos a Futaleufú a las 6 de la tarde, el día será para descansar las espaldas.


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