viernes, 30 de marzo de 2018

La Junta, Cochamó

Aquí si lloré, fue la inmensidad. Hace años no sentía esa paz que te deja respirar sin fondo.
Empezaba con un trekking de 13 kilómetros, lleno de barro y raíces de árboles. No era tan difícil, pero fue muy largo y habían algunas partes terroríficas como cruzar ríos en troncos y puentes colgantes. Nos demoramos cuatro horas en llegar al camping Los Manzanos. Estuvimos cuatro horas cubiertas de bosque y cuando finalmente llegamos, se abrieron los árboles y todo lo que veíamos era impresionante. Las montañas eran como de colores plateados brillantes, arrugadas y enormes. A veces corría por alguna de sus grietas alguna cascada. El agua en todas las partes del sur era irreverente, el agua es irreverente en el sur. Me preguntaba cómo sería la tierra si no hubiéramos intervenido en nada.
El camping era hermoso, gigante y con pasto cortadito por los caballos. En una mini casita vendían pan amasado, fue el mejor pan amasado que he comido en mi vida. Ahí encontramos nuestro lugar para armar la carpa y nos hicimos una sopita. Comiendo me di cuenta que estaba muy cansada, pero nos faltaba la mejor parte que descubrir, así que comimos un poco rápido para partir a La Junta.
Fue un trekking de una hora y media desde donde estábamos. Cuando llegamos no pude hablar, estaba muy impactada, me volví muy sensible a la belleza. Era un río con cascadas como toboganes naturales. Los colores... el agua... las formas... el cielo.... Fueron como tres minutos de silencio y luego PAF la Emi se puso bikini y empezó a caminar hacia la roca para tirarnos de los toboganes. Yo la verdad es que estaba muerta de miedo y cada vez que me tiraba, la cámara se apagaba porque le quedaba poca batería. Me tiré unas tres veces, la Emi se tiró ochenta mil.
En la tarde, volvimos al camping y nos relajamos ahí. Recorrimos el río, nuestro vecino de carpas. Era largo con piedras naranjas y la montaña plateada encima. Después de recorrerlo, nos sentamos y le tiramos rocas hasta que se oscureció. Ese momento también es de los que aprieta el alma, momentos perfectos.



Futaleufú

Por los veintes de Febrero

Nos quedamos en Futaleufú tres días. No sé como explicar el deseo y el terror que me provocan los ríos. Admiración, poder y ganas de salir corriendo, de gritar hasta rajarme el pecho. El primer día recorriendo, quisimos llegar a una playa del río espolón, nos metimos sin querer a un recinto privado de un hotel, pero la dueña nos dijo que nos podíamos bañar, porque no habían llegado huéspedes aún. Estábamos solas en una playa hermosa. El agua transparente. Los ríos me provocan vida. Me saqué la parte de arriba del bikini, la Emi se sacó la parte de arriba y de abajo. La libertad y todo lo que eso significa. Fue de los momentos que me provocarán felicidad cuando sea viejita, que probablemente me harán llorar de emoción. Nunca me había sentido tan entera. No importaba nada, solo estar ahí, sentir el agua, reírnos, jugar. Estar con la persona que más amas en los lugares más lindos de este mundo, cobra significado todo y nada y vivirlo es lo único que importa.

El día siguiente nos metimos por unos arbustos, donde nos guío un perrito de patas cortas. Entramos por ahí, colgándonos de los árboles y llegamos al lugar, definitivamente, más maravilloso. Era la playa de Lolos del río espolón. Nos quedamos mudas cuando lo vimos y le pregunté a la Emi si es que era lo más lindo que ha visto en su vida. Nos sentamos ahí contemplando los colores y el río y todo los alrededores perfectos. Estábamos cubiertas por sauces, la orilla del río era transparente y al fondo era de un celeste que existe solo ahí, que el río se inventó esa tonalidad y se la dejó. Contemplando todo eso, llegaron unos chicos en kayak que justo pararon en una roca gigante que había al frente de nosotras. Era una roca para tirarse piqueros. Le preguntamos al instructor si es que era seguro cruzar nadando y nos dijo que si, que partiéramos un poco más a la derecha y la corriente nos llevaría. Entonces la Emi fue primero, a mi me daba un poco de susto cruzar. Cruzó y estuvo mucho tiempo decidiendo si es que se tiraba o no. Cuando decidí cruzar, subí la roca, era alto, era súper alto, pero sin pensarlo me tire y me gustó tanto que lo volví a hacer. La Emi saltó finalmente y un chico que estaba ahí la garbó con su cámara go pro. Eran todos muy chistosos y amables. Fue de los mejores días de mi vida, también.

De Coyhaique a Queulat a Puyuhuapi a La Junta

Febrero 17

El camino al ventisquero colgante duró 4 horas, tenía sueño, pero no podía dejar de ver el paisaje. Cada cinco minutos aparecía un nuevo río celeste, azul o verde, también aparecían montañas, ventisqueros encima tuyo, plantas gigantes. Llegamos a Queulat a las 6 de la tarde, no quedaba espacio en los campings de la conaf entonces tuvimos que acampar en el camping no tan bueno de la entrada del parque nacional. Había mucho barro y estaba un poco cochino, había gente muy ruidosa también, pero con la Emi buscamos un lugar alejado, casi al lado de la carretera. Ahí la Emi logró hacer una fogata y se unieron dos parejas, unos chicos más jóvenes que nosotras que se hacían pasar por "amigos" y otra pareja de ciclista de unos treinta y algo años. Hablamos harto rato con ellos mientras corría el mate. En la noche comenzó a llover muy fuerte, derrepente era demasiado fuerte, luego no tanto, pero nunca paró de llover.
Cuando amaneció, aun seguía lloviendo y dudamos si seguíamos o no. Con la lluvia no se vería el ventisquero y ese era el objetivo. Decidimos entonces irnos a Puyuhuapi, que escuchamos que era tan lindo. Empacamos todo y nos fuimos a la carretera. Esperamos mucho rato con otros chicos que también se querían ir por los alrededores. Derrepente llegó un camión que cargaba mochileros. Llevaba unos diez cuando nos subimos nosotras. Subirse fue un ataque de adrenalina, la parte de atrás del camión no se abría por ningún lado, era como un cajón gigante nomás. Teníamos que escalar una rueda, luego una especie de grúa y después tirarse un piquero a la "cabina," que llevaba un generador
enorme y el suelo estaba cubierto entre basura, barro y aceite. Tuvimos que llevar las mochilas cargadas en la espalda todo el viaje, solo sabíamos que llegábamos a Puyuhuapi, nadie sabía como. Después de unos 15 minutos, el camión se empezó a acomodar para entrar a un ferri. Con la Emi nos empezó a dar una risa nerviosa, es que estábamos arriba de un camión y de un ferri. Ahí nos empezó a llegar la señal y todos los timbres del celular. Llamé a mi mamá con un poco de miedo a que se pusiera nerviosa, pero se mató de la risa y me pidió que le mandara "fotos please."
Cuando llegamos a Puyuhuapi nos demoramos como una hora en decidir donde quedarnos, porque todo era tan caro, pero a la vez todas nuestras cosas estaban mojadas y preferimos quedarnos en un hostal, el hostal de Doña Juanita. Era muy cómodo y tenía gatitos guaguas muy tiernos. Había un constante olor a pan amasado y la ducha era calentita y limpia. En un momento de la ducha puse el agua helada y se me vino a mi cabeza mi primera infancia en el jardín de mis tatas, en Paillaco. Cuando la Paula me manguereaba con agua congelada en el verano, yo me ponía lentes de agua que me cubrían la nariz también, traje de baño verde y crocs rosadas. Era muy ridículo. Me quedé unos segundo bajo el agua fría, con los ojos cerrados, recordando esa felicidad.
Recorrimos el pueblo en menos de una hora. Hay flores que no existen en Santiago, colores de cielo que solo se ven aquí y reflejos de verde que solo parecen existir en esas aguas.
El día siguente, osea hoy, nos decidimos ir a Futaleufú. Nos despertamos temprano porque se suponía que el bus pasaba a las 12 del día, pero pasó a las 7 de la mañana. Estuvimos haciendo dedo un buen rato hasta que nos agarró un hombre jóven en una camioneta, que también cargaba otra pareja de mochileros. Era muy amable, pero pasó que quiso pasar a la feria del mate, que quedaba entre Puyuhuapi y La Junta. Fue todo muy simpatico, hasta no reencontramos con el generador que estaba en el camión que nos llevó de Queulat a Puyuhuapi. Todo muuuy simpatico hasta que vimos que el hombre se sacó su chaqueta y empezó a cocinar para toda la gente de la feria, estuvimos esperándolo cuatro horas. Los cuatro pensábamos qué hacer, estamos en el sur real, el tiempo no existe. Yo me enojé con el señor, pero calladita, no dije nada, nos estaba llevando así que nada que hacer. Alfinal cuando el hombre decidió irse, caminamos todo a paso rápido a su auto, preocupados por la hora y el atardecer, creo que no era la única que estaba sólidamente angustiada. Nos sentamos porfín en el auto, empapados y el se fue a despedir de todo el mundo. Sentado en el auto, todos callados y con una leve preocupación de cuánto se iba a demorar en despedirse, la Emi dice "hueón raro..." y estallamos de la risa. El señor nos dejó en La Junta y se fue. Un tramo que duraba una hora nos demoró seis. Ahí hicimos dedo unas dos horas, para llegar a Futaleufú, estuvimos hasta que el congelamiento nos permitió ceder y irnos a buscar un camping en La Junta. Es muy lindo ese pueblito, es ancho, con las montañas encima. Transmite una soledad pacífica y a la vez angustiante. Nos instalamos en el Jardín de Don Cito Gallardo. Es un viejito muy amable que nos calentó los sacos en su cocina a leña y le regaló un gato a la Emi, solo que la Emi es alérgica. Hay varios más acampando en su jardín. Mañana partimos a Futaleufú a las 6 de la tarde, el día será para descansar las espaldas.





     

Lisboa

Lisboa fue un suspiro, incluso más rápido, más poético y más profundo que un suspiro. Lisboa fue un paréntesis en el tiempo, un fado encont...